Los Pedigüenos de Izalco
Datos de Interés.
Ubicación: Izalco. | Datación: Siglo XIX. |
Fiesta: 1 de noviembre. |

Estamos en Izalco un 1 de noviembre. Desde horas tempranas, ya la calle hacia el Cementerio Municipal muestra los distintos puestos de ventas, tanto de flores como golosinas y comida, para el día siguiente conocido como de los Fieles Difuntos o "de Finados". Hoy, los izalqueños alegran el Cementerio Municipal con su bulla portando brochas, pinturas y demás enseres, prestos a "chainiar" las tumbas de sus seres queridos. Vemos grupos de cipotes con azadones al hombro y corvos en mano, ofreciendo sus servicios a aquéllos que no pueden hacer el trabajo, diciendo las frases tradicionales: "le arreglamos la tumba"; otros, portando matatas o mochilas, ofrecen su trabajo en pintura: "le pintamos la tumba" o "le ponemos el nombre". Se están refiriendo al hecho de restaurar la pintura del mausoleo o cruz del sitio donde yace el ser querido o en su caso, repintar el nombre de identificación que está escrito sobre la lápida respectiva.
Es pues hoy, el día "de Todos los Santos" ; y para Izalco, así como para algunos municipios del Departamento de Sonsonate, es muy especial. Iniciando la noche, grupos de cipotes salen por las calles de los distintos barrios en calidad de "pedigüeños" -pidones es el término modernamente usado-, dando vida a una tradición que data de tiempos inmemoriales. En aquellos tiempos de nuestra infancia, era época del corte de la caña de azúcar, por lo que esta se encontraba en muchos hogares para ser regalada, debido a la tradición que hoy retomamos. Recordamos cómo buscábamos un cuadro alusivo a alguna devoción católica -una Virgen, un Santo, o "El Corazón de Jesús"-, una campanilla, una cruz grande, camándulas, un costal y a veces un par de candelas de “esterina” -cera blanca-, para luego salir en grupo a buscar el premio de esa noche, que siempre consistió en pedazos de la citada caña, tamales, monedas, dulces, pan o cualquier otra dádiva que la gente nos diera, tras cumplir "la penitencia" impuesta. Caminábamos por las calles de nuestro querido barrio Dolores y en coro, decíamos la consigna tradicional: "¡¡¡Ángeles Somos, Venimos del Cielo Pidiendo Tamales para la Barriga!!!" mientras, sonábamos la campanilla que era portada por alguno del grupo; el costal lo llevaba "el jefe", quien era el responsable de ir metiendo en este improvisado depósito, todo lo que nos regalaban los vecinos visitadas. Al llegar al frente de la puerta, decíamos la mencionada consigna y generalmente aparecían los cabezas del hogar y nos ponían la respectiva penitencia: "Recen 10 Padres Nuestros" o "Digan el Yo Confieso" y nosotros que previa salida, habíamos repasado todas las plegarias posibles, prestos hacíamos "la penitencia" ya que si nos equivocábamos nos hacían repetirla o bien, no obteníamos el premio ¡Hubo quiénes, nos pidieron hacerlo de rodillas!
Para cada tipo de respuesta de nuestros visitados, había una despedida adecuada aclarando que un par de ellas resultaba ser un tanto irrespetuosa, pero eran y siguen siendo parte de la tradición. Dependiendo del premio obtenido, así era nuestra despedida: "¡Donde dan pisto, vive el Señor Jesucristo!", "¡Donde dan caña, vive el Rey de España!", "¡Donde dan pan, vive San Juan!", "¡Donde dan tamales, se espantan todos los males!"; pero, si la respuesta era negativa entonces decíamos: "¡Donde no dan nada, vive la vieja venada!", y si no respondían ni tan siquiera al llamado: "¡Donde cierran la puerta, vive la vieja tuerta!" Aclaramos que estos hechos datan de finales del siglo XX y que actualmente, tanto la logística de la tradición como las consignas han cambiado, ya que se ha desfigurado "lo original", al punto que rara vez, se ven verdaderas "penitencias" y se suma lamentablemente ver cipotes disfrazados como si de Halloween se tratara. Antes, cada grupo respetaba su barrio y nadie pedía fuera del suyo. Volviendo a nuestro relato: Al cabo de 2 o 3 horas, ya nuestro costal llevaba considerable peso; volvíamos a nuestro lugar de reunión y ahí repartíamos todo y muy rápido, ya que había que volver a nuestros hogares pues si esperábamos la noche, podíamos correr el riesgo de encontrarnos con "La Procesión de los Muertos".
Contexto:
Esta expresión cultural de "pedir", es una muestra más de las tantas estrategias implementadas por los conquistadores
en nuestras tierras, donde tomando como base las creencias de nuestros ancestros, inculcaron la nueva fe. Traída dicha
tradición de Bailo, Municipio de la Provincia de Huesca, en Aragón, originalmente es una celebración dedicada a San
Nicolás el 6 de diciembre -Santa Claus o Papá Noel-. Los niños van por las casas pidiendo dulces y después se hace una
gran chocolatada, cantan: "San Nicolás está en la puerta, esperando la respuesta, si le dan o no le dan, las gallinitas
lo pagarán. Ángeles somos, del cielo venimos, cestas traemos, chullas y huevos pedimos". Y las niñas replican: "Santa
Lucía Gloriosa. Que nos viene a visitar. Con los ojos en la mano. Pidiendo la caridad. Ángeles somos..." Así, vemos cómo
astutamente nuestros conquistadores supieron unir esto con el rito, respeto y veneración hacia los difuntos,
tan ampliamente profesado en toda Mesoamérica y como ya dijimos, resultó ser una oportunidad más para evangelizarnos.
En el 835, el Papa Gregorio IV institucionalizó el 1 de noviembre como “La fiesta de Todos los Santos” y la preparación
de “La Fiesta de los Fieles Difuntos”, el 2 de noviembre.
La tradición izalqueña de los pedigüeños, no es más que la escenificación de la visita que los Ángeles del Cielo hacen a la tierra, buscando según la tradición popular, "encontrar más hombres que merezcan alcanzar la santidad", para luego retornar a lado del Creador; claro está que con muchísimas variantes por todo el continente. Debemos señalar que, en Sur América efectivamente, los infantes se visten como Angelitos dándole más formalidad al asunto. Apuntan los estudiosos del tema: "Por muchos años, en diversas culturas se han generado creencias en torno a la muerte, que han logrado desarrollar toda una serie de ritos y tradiciones, ya sea para venerarla, honrarla, espantarla e incluso para burlarse de ella" . Casualidad o no, el acontecimiento de los pedigüeños coincide con el Día de los Difuntos, donde según la creencia popular ancestral, nuestros seres queridos cuyos restos descansan en los "camposantos", mantienen vivo su espíritu y por ello, llegado este día, nos acompañan; debido a esto, es muy común ver cómo en Nahuizalco, muy a la usanza mexicana, todavía hoy, aunque en menor escala, algunas tumbas lucen además de las respectivas flores, alimentos y licor para el ser querido.
Carlos Cobos: “El Día de Muertos no comienza con la caída de la noche, sino desde horas antes cuando las familias llegan al
panteón con flores, velas y recuerdos en el corazón. Se escucha el murmullo de voces, los pasos que resuenan sobre la tierra y el crujir de
las hojas secas que marcan la entrada a un lugar sagrado, donde la vida y la memoria se encuentran. Cada tumba es preparada con un cuidado profundo,
como si las manos supieran que no solo están acomodando flores, sino abriendo un camino de regreso. Los pétalos de cempasúchil, anaranjados como el
sol de noviembre, se esparcen sobre el suelo formando senderos luminosos que guían a los que vuelven. El aroma de la flor inunda el aire,
mezclándose con el humo del incienso que asciende lento, como si llevara mensajes al cielo. Las velas se encienden una a una, y cada llama es
una palabra, un recuerdo, una oración. Brillan en la oscuridad como estrellas en la tierra, iluminando los rostros de quienes esperan.
Niños que preguntan por los abuelos que nunca conocieron, madres que limpian con ternura la lápida de un hijo, hermanos que colocan el pan de muerto
junto a una fotografía. Entre lágrimas contenidas y sonrisas suaves, se teje un ambiente de amor que trasciende generaciones. No hay silencio
absoluto en el panteón. Al contrario, se escucha la vida: guitarras que acompañan canciones antiguas, voces que entonan versos que parecen abrazar
a quienes ya partieron, risas que brotan al contar anécdotas que el tiempo no pudo borrar. La muerte, lejos de ser ausencia, se convierte en compañía.
Para los mexicanos, preparar una tumba no es un acto de despedida, es un reencuentro. Es decirle al ser querido: “aquí sigues, aquí te esperamos,
aquí te recordamos”. Y mientras la noche avanza, el panteón se transforma en un universo de luz y color, donde el pasado y el presente caminan juntos
entre flores y velas encendidas. Quien nunca ha vivido un Día de Muertos en México quizá imagine tristeza en un cementerio. Pero aquí, lo que se
respira es amor. Amor que huele a cempasúchil, que brilla en cada llama, que late en cada recuerdo compartido. Amor que convierte la tumba en altar,
y la ausencia en presencia. Porque en el Día de Muertos no lloramos por lo perdido. Celebramos lo eterno”.
Nahuizalco, Salcoatitán, San Pedro Puxtla y por supuesto nuestro místico Izalco, son las poblaciones que conservan esta riqueza cultural de los Pedigüeños. Para el caso de Nahuizalco la tradición consiste en que, en el atrio de la parroquia los cipotes se reúnen con el cura del pueblo y personas mayores; llevan los mismos implementos narrados de nuestra infancia -el sacerdote encabeza la caravana-; en este poblado reciben el nombre de "Los Canchules" -en náhuat: pedigüeños-. Su consigna es un tanto distinta a la nuestra: "¡Ángeles Somos y del Cielo Venimos, Canchules Pedimos para Nuestro Camino!”. Inferimos entonces, que se trata del viaje que nuestros “ángeles” han de hacer de regreso al Cielo y la comida que reciben será precisamente para "el camino". Para el caso de nuestro vecino Nahuizalco, el premio generalmente son tamales y dulce de ayote. Aclaramos que en esa población se elaboran altares en las casas con flores y frutas y esos puntos son los que los cipotes junto al cura han de visitar en horas de la noche. Específicamente sobre esta tradición nahuizalqueña, un rotativo nacional apunta lo siguiente: "...por la noche, los “ángeles” visitan el cementerio y llevan comida y bebida a sus finados parientes muertos).Los adultos consumen "chicha" o aguardiente mientras cuentan anécdotas de sus parientes. Los niños aprovechan para correr entre las tumbas y llegar cansados a sus casas. Antes de dormir, entregan sus canchules. Por la mañana, los disfrutarán en compañía de sus familias".
De hecho, nuestros vecinos regresan al cementerio al siguiente día para verificar que los alimentos ya no se encuentren en las tumbas, porque si no es este el caso, lo interpretan como que la ofrenda no fue bien recibida. Como vemos, acá la tradición izalqueña difiere significativamente. En cuanto al Común de Izalco, cada 2 de noviembre llegadas las 6 a. m. los señores se hacían presente al histórico campanario de la Asunción, con la misión de dar redobles durante todo el día con la insigne "María Asunción" , hasta llegadas las 6 p. m. en una actividad conocida como "la hora de la oración". En 2011 felizmente de retomó esta tradición por parte del remanente indígena que aún subsiste y pudimos volver a escuchar el estilo "correcto" de hacer sonar la histórica campana. La memoria colectiva de los izalcos recuerda cómo la "Mayora del Jarro" -citada en nuestro artículo dedicado a la Virgen de Agosto o María Asunción-, acudía al cementerio cada 2 de noviembre, portando velas de cera adornadas con listones de colores, para rendir culto a los antepasados.
Ahora leamos detenidamente el siguiente relato: "Eran las 12 de la noche de un 1 de noviembre... y a pesar de las advertencias que le habían dado, una curiosa de Izalco no resistió su deseo por comprobar lo que las historias decían. Y esa noche, esperó a que el reloj de Dolores sonara la media noche y se levantó. Entreabrió la puerta y esperó sigilosamente... Al cabo de un rato, escuchó el aullido de un perro y de pronto, sacudió su cuerpo un vientecito muy frío típico del verano... de repente, observó cómo la calle se iba iluminando y esto hizo que se asomara al pequeño espacio que se dejaba ver de la puerta hacia afuera... Vio cómo efectivamente, eran candelas encendidas las que iluminaban la calle en la penumbra de la noche y casi al instante, tenía ante sus ojos, lo que tanto había añorado ver... Iban 2 filas de figuras vestidas de blanco que caminaban silenciosamente; cada acompañante portaba su respectiva candela... todo era silencio... La curiosa izalqueña agarró valor y movida por sus deseos abrió más la puerta para presenciar el espectáculo; no pudo ver el rostro de ninguno de los penitentes y al momento de pasar uno de ellos frente a su puerta, extendió su brazo y le dio la candela que portaba y siguió su camino. ¡Es verdad! dijo para sí misma, ¡Existe La Procesión de los Muertos, voy a guardar esta candela como prueba para que cuando lo cuente, me crean! Dejó que pasaran todos y cuando las luces se perdían en el espacio, cerró la puerta y todavía un tanto nerviosa, se acostó a la vez contenta de haber sido testigo del gran misterio, del que tanto le hablaran sus tatas... guardó la presea en una gaveta y se durmió. Al día siguiente se levantó muy temprano y lo primero que hizo fue ir a abrir la gaveta y resultó que la candela ya no estaba, se había convertido en un hueso muy grande y putrefacto. Ante tal susto, sólo alcanzó a dar un grito y cayó inconsciente. Llegaron a su auxilio. Estaba prendida en calentura y para asombro de sus auxiliantes, la asustada estaba muda y sólo señalaba la gaveta. Pero resultó ser que el hueso había desaparecido. Dicen que así pasó como un mes, muy enferma y también que nunca más pudo hablar. Eso pasa a todos los curiosos e incrédulos que no creen en nada", nos dijo nuestro abuelo tras narrar esta historia.
ORIGEN DEL MITO.
"La Santa Compaña" es en la mitología popular gallega una procesión de muertos o ánimas en pena que por la noche -a partir
de las doce-, recorren errantes los caminos de una parroquia. Su misión es visitar a todas aquellas casas en las que en
breve habrá una defunción. No hay ninguna duda entonces, que el mito fue traído por los conquistadores a nuestras tierras.
Está presente con diversas variantes recibiendo otras denominaciones como Güestia, Güéspeda, Estadea, Hoste, Genti de
Muerti, procesión de ánimas o simplemente Compaña. Esta procesión fantasmal forma dos hileras, van envueltas en sudarios
y con los pies descalzos. Cada fantasma lleva una vela encendida. Al frente de esta compañía fantasmal se encuentra
un espectro mayor llamado Estadea. La procesión va encabezada por un mortal portando una cruz y un caldero de agua
bendita seguido por las ánimas con velas encendidas, no siempre visibles, notándose su presencia en el olor a cera y el
viento que se levanta a su paso. Recordemos la historia antes narrada y vemos cómo todo coincide. Esta persona viva que
precede a la procesión puede ser hombre o mujer, dependiendo de si el patrón de la parroquia es un santo o una santa.
Se cree que quien realiza esa "función" no recuerda durante el día lo ocurrido en el transcurso de la noche; sólo se
podrá reconocer a los penados con este castigo por su extremada delgadez y palidez.
Cada noche su luz será más intensa y cada día su palidez irá en aumento. No les permiten descansar ninguna noche, por lo que su salud se va debilitando hasta enfermar sin que nadie sepa las causas del mal. Condenados a vagar noche tras noche, lo hacen hasta que mueran u otro incauto sea sorprendido, a quien el que encabeza la procesión, le deberá pasar la cruz que porta. A su paso, los perros anuncian la llegada de la Santa Compaña aullando de forma desmedida, los gatos huyen despavoridos. Dicen que no todos los mortales tienen la facultad de ver "La Compaña". Elisardo Becoña Iglesias, en su obra "La Santa Compaña, El Urco y Los Muertos" explica que, según la tradición tan sólo ciertos "dotados" poseen la facultad de verla: los niños a los que el sacerdote, por error bautiza usando el óleo de los difuntos, poseerán ya de adultos, la facultad de ver la aparición. Otros, no menos creyentes en la leyenda habrán de conformarse con sentirla, intuirla. Para librarse de esta obligación, la persona que vea pasar la Santa Compaña debe trazar un círculo en el suelo y entrar en él o bien acostarse boca abajo. J. Cuveiro Piñol, en su Diccionario Gallego (1876) escribe: “Compaña: entre o vulgo, creída hoste ou procesión de bruxas que andan de noite alumeadas con osos de mortos, chamando ás portas para que as acompañen, aos que desexan que morran axiña”.
Las fechas en que aparece según la tradición popular es en la noche del día de “Todos los Santos” -entre el 1 y el 2 de noviembre-, o la de San Juan el 24 de junio. En las Hurdes, en Extremadura, aparece el Corteju de Genti de Muerti, que se compone de dos jinetes fantasmales que causan el pánico de madrugada por los pueblos hurdanos, ya que quien los ve puede resultar muerto. En Zamora, se la denomina La Estadea y es una mujer que vaga por los caminos y los cementerios. No tiene rostro y huele a la humedad de los sepulcros. Sólo se aparece a aquél que va a morir. En León, se la llama La Hueste de Animas. Las numerosas leyendas sobre esta compañía de difuntos en pena cuentan que se desarrolla en los caminos cercanos a los camposantos en busca de algo o alguien y que siempre aparecen con un motivo por el cual es símbolo de desastre o maldición. Los motivos por lo que esta compañía de almas errantes puede aparecer son:
1. Para reclamar el alma de alguien que morirá pronto. Cuenta la leyenda que quien recibe la visita de la Compaña
morirá en el plazo de un año.
2. Para reprochar a los vivos, faltas o errores cometidos. Si la falta es especialmente grave, el mortal que la ha
cometido podría recibir la visita de la Compaña para que la encabece, condenado así a vagar hasta que otro mortal le
reemplace.
3. Para anunciar la muerte de un conocido del que presencia la procesión.
4. Para cumplir una pena impuesta por alguna autoridad del más allá.
En cuanto al Día de los Muertos respecta apuntamos que, en México según sus tradiciones prehistóricas, cuando muere una
persona, su espíritu sigue vivo en un lugar de residencia llamado Mictlán. En este recinto las almas descansan
tranquilas, hasta el día en que regresan a la tierra para visitar a sus familiares. Según esto, aunque en esta visita
no se alcanzan a ver por las diferencias terrenales, se siente la presencia entre las almas. Por ello, no nos extrañe
la tremenda importancia que en nuestros pueblos tenga esta fecha, cuya fiesta fue traída de México como herencia de
nuestros ancestros; de ahí, el matiz que se observa en nuestro vecino Nahuizalco, obviamente directamente relacionado
al pensamiento mexicano.
El Día de Muertos en México, fue declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, como una festividad mexicana sin igual. No podemos obviar decir que realmente la fiesta del 2 de noviembre es una festividad mexicana y centroamericana. También es festejada en Brasil, como "Día dos Finados", aunque ahí no tiene las mismas raíces prehispánicas que la festividad mexicana y por ende, la nuestra. Según estudios, los orígenes de la celebración del Día de Muertos en México son anteriores a la llegada de los españoles. Hay registro de ello en las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca. Los rituales que celebran la vida de los ancestros se realizan en estas civilizaciones por lo menos desde hace tres mil años. En la época prehispánica, era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento. El festival que se convirtió en el Día de Muertos se conmemoraba el noveno mes del calendario solar mexica, cerca del inicio de agosto, y se celebraba durante un mes completo. Las festividades eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl, conocida como "La Dama de la Muerte" y esposa de Mictlantecuhtli, Señor de la Tierra de los Muertos. Eran dedicadas a la celebración de los niños y las vidas de parientes fallecidos; en México, uno de los principales aspectos que conforman su identidad como nación, es la concepción que se tiene sobre la muerte y todas las tradiciones y creencias que giran en torno a ella.
El verdadero origen del Día de todos los Santos, se remonta a Roma mucho antes de la llegada de los españoles a nuestras tierras; nació como una conmemoración al sacrificio de todos los fieles cristianos que cayeron defendiendo la nueva fe ante los Césares paganos y que al ser miles, se decidió hacer en una sola fecha tal reconocimiento; con la llegada de los franciscanos a México, la fiesta se inculcó haciéndola coincidir con el tributo a los muertos del Nuevo Mundo, por lo que hoy es una mezcla de ambas cosas. De ahí su nombre: "Fieles Difuntos".
ALTAR DE MUERTOS.
Desde tiempos prehispánicos, para celebrar la llegada de sus difuntos, en Izalco existe la tradición de hacer un altar
con los objetos favoritos del ser querido; esta costumbre poco a poco tiende a desaparecer. Existen diferentes
estilos de altares que van desde dos niveles que representan el Cielo y la Tierra, hasta Altares de Día de Muertos de
7 niveles, que representan según la cosmovisión ancestral, “los 7 escalones que hay que pasar para llegar a la vida
eterna”; infaltable es la fotografía del ser querido en ellos. En los niveles, se colocan objetos personales del
difunto y una gran variedad de comida que el alma disfrutaba. Si el ser qierido fumaba se colocan los cigarros de la marca
que prefería y de igual manera refrescos, cervezas, pan dulce tradicional, calaveras de azúcar, amaranto, etc. Se coloca
también agua, para que el alma sacie su sed luego del largo viaje realizado; se ponen velas, para recordar tanto al alma
velada como a las olvidadas. Igualmente, se incluye sal que sirve para purificar, copal o incienso para que el alma se
guíe hasta su altar por el olfato, y al pie del altar se coloca un camino de flores de cempoalxóchitl hasta la entrada
de la casa con velas adornándolo, para que el alma se guíe desde su entrada.
El misticismo en torno a la muerte en cuanto al Común de Izalco respecta, es muy rico en relación con las costumbres
mortuorias que por mucho tiempo han estado vigentes. Un estudio hecho en nuestra zona a finales de los años 70 del siglo
pasado proporciona la siguiente información de suma importancia e interés: "Cuando morían niños menores de 12 años,
realizaban la velación con una especie de festejo. Llevaban música de marimba y guitarra, cantaban, comían tamales y
se emborrachaban. Para el entierro, colocaban al cadáver en un tapesco adornado con flores y en el camino hacia el
cementerio, reventaban cohetes. Aunado a esto, rociaban agua bendita al pequeño difunto y si todavía era lactante,
la madre exprimía sus pechos para colocar la leche en unos carrizos, los que se situaban cerca de la cabeza del niño,
para que tuviera su alimento mientras subía al Cielo. Si el difunto era un adulto, entonces la costumbre era distinta.
Para este caso, celebraban una ceremonia especial que se llamaba "la búsqueda del túnal", es decir, la búsqueda del
espíritu, principalmente si la persona no fallecía de muerte natural. En estos casos, creían que sólo moría la carne
y el espíritu seguía viviendo para padecer e intranquilizar a la familia, por lo que para lograr que el túnal descansara
en paz, con tal ceremonia, este se lograba reincorporar al cuerpo. Tal ceremonia era dirigida por una anciana del Común,
que se hacía acompañar por la familia doliente. Durante 5 jueves a las 12 de día, recorrían en procesión todos los
lugares que frecuentaba el difunto y en cada uno de esos sitios, rezaban y lloraban llamando al muerto por su nombre.
La "tunalera", llevaba en la mano una prenda de vestir del interfecto, con la que sacudía el sitio visitado; después
regresaban a orar en la tumba del fallecido"."
Artículo de investigación dedicado a la memoria de todos los hijos de Izalco que “ya se fueron y que aún así, se quedaron”.
Descansen en Paz.
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