Padre Eterno Santísimo

Datos de Interés.

Ubicación: Barrio Cruz Galana.
Mayordomo: Alonso Armando García Quele.
Datación: Siglo XVIII.
Imágenes Anexas: Virgen de Candelaria y Nuestro Amo Santísimo.
Fiesta: Movible según Calendario Litúrgico.

La Mesa Altar del Padre Eterno Santísimo -Mesa Altar Mayor- jerárquicamente es la más importante del conglomerado cofraderil del Común de Izalco; era en su sede donde el concejo de Mayordomos procedía a nombrar a la máxima autoridad comunal: el Alcalde del Común de Izalco.

Su origen se ubica hacia el siglo XVII; posee como Imagen titular al Padre Eterno Santísimo, símil sincrético de la Santísima Trinidad. Complementan su Mesa Altar la efigie de la Virgen de Candelaria, Nuestro Amo Santísimo, el Guion de Plata –que actualmente sustituye a su insignia original- y el instrumento musical ancestral conocido como tepunahuaste.

El tepunahuaste, tallado del tronco de un árbol de madera fina con características sonoras, es hueco y cilíndrico; posee dos lengüetas abiertas y angostas una más larga que la otra las que, al ser golpeadas con 2 palillos produce un sonido característico; es un tambor de dimensiones considerables. Era considerado sagrado y no festivo; con él se anunciaban ceremonias, la muerte de algún miembro de la comunidad y también la guerra. Se recuerda a Eulogio Musto, quien a mediados de los años sesenta del siglo pasado lo ejecutaba magistralmente. En Izalco había 2 tepunahuastes: uno en poder de la Alcaldía del Común -perdido en el tiempo- y este, al que acá se hace referencia bajo el resguardo de la mayordomía del Padre Eterno Santísimo.

El guion de plata es una bandera de plata sólida que data de tiempos coloniales y representa a la etnia de los izalcos ya cristianizada. Esta bandera o estandarte nos muestra en alto relieve las figuras de San Miguel Arcángel en una de sus caras y al Corderillo de la Humildad en la otra. Su asta de forma circular también es de plata y está adornada con nudos puestos a regulares distancias, a los que el Común llama “canutos”. El Guion es adornado con muchas cintas de colores, conocidas como “reliquias”. Se narra que, en otros tiempos esta bandera o estandarte encabezaba a la Centenaria Procesión de los Cristos el Jueves Santo.

Muy importante es señalar que esta Mesa Altar poseía una insignia muy particular -igualmente perdida en el tiempo. Leiva Cea la describe de la siguiente manera:“Vara de plata sobredorada -a excepción de la Hostia, filetes, costillas y molduras del copón, de plata en su color-, dividida originalmente en seis canutos o carrizos de igual medida cada uno, pero con el superior mucho más pequeño, sobre el cual se asienta el zócalo de una fuente adornada con seis querubines, sobre el cual se eleva el plato de la misma. Seis tornapuntas tardíamente gotizantes, rodean la base del plato, en forma de seis dragones de horrorosa apariencia, mientras de él, se eleva el pie adornado con seis pequeños querubines, sobre el que descansa el copón del que sobresale a medias, la hostia consagrada, cuya iconografía, presenta una columna, ala que parecen abrazarse unos azotes y, en su cima, algo que da la idea de un óvalo”. Sic.

En cuanto a su mayordomía, ya en el siglo XX la memoria colectiva de Izalco recoge como Mayordomos de esta Mesa Altar a los señores: Jesús Sena, Martín Putun, Félix Carías, Félix Carías –hijo-, Alejandro Quele, Silvestre Roque, Manuel Pasin, Francisco Ramírez, Alejandro Pasasin, Bernardo Siguachi , Miguel Tepata, Manuel Tensun, Felipe Pilía, Silvestre Siguachi y Alonso García Quele.

En torno a la Imagen titular de esta Mesa Altar, existe aún en nuestros días mucho simbolismo en cuanto al pensamiento religioso del indígena izalqueño:

cuenta la tradición oral, que la efigie del Padre Eterno “fue hallada en una cueva del Cerro del Julupe” –en la hacienda Comalapa, jurisdicción de Caluco (Sonsonate Este)- y que “estaba enterrada hasta la mitad sobre una roca”; cuando los indígenas intentaron extraerlo para traerlo al pueblo, “el Santo opuso resistencia y por eso hasta nuestros días, la otra mitad se encuentra ahí”.

Esta historia muy propia del folclor izalqueño, la repiten los abuelos intentando explicar el por qué la Imagen solamente posee la parte superior de su cuerpo a partir de su cintura. En cuanto al triángulo que posee sobre su cabeza y que, ante los ojos de la Iglesia es la representación de la Santísima Trinidad, para el Común de Izalco representa al volcán -Faro del Pacífico o Cosme Damián- mismo a quien atribuyen un significado místico por su forma cónica y debemos decir que, más de algún investigador ha hipotetizado que la figura geométrica representa a un machete, como símbolo de resistencia al yugo español.

La Imagen del Padre Eterno Santísimo sostiene un orbe en su mano izquierda. Para nuestros abuelos representa el fruto del árbol de morro, el cual tiene mucho significado místico relacionado con la creación de la vida y según ellos, el cetro que ostenta sobre su mano derecha representa la Vara del Poder del Alcalde del Común, con el que ejerce su autoridad.

Se puede constatar que muy por el contrario de todo este folclor narrado, la efigie de Dios en este caso nos muestra la simbología típica con el que la Iglesia identifica a la figura de la Santísima Trinidad. Es una Imagen que presuntamente formaba parte de uno de los retablos del Templo de Asunción caído en 1773 al suscitarse el histórico terremoto de Santa Marta; tras el suceso junto a muchas otras Imágenes, fue trasladado al barrio de la Cruz Galana del que ya no regresó. Su busto descansa sobre una nube; nos muestra barba abundante, un triángulo equilátero posa sobre su cabeza –Padre, Hijo y Espíritu Santo-, en su mano derecha sostiene un cetro para gobernar a la humanidad y en su izquierda al mundo -su Creación-.

“Pero más de un ladino, intentando ser racional, alguna vez aseguró que procede del viejo retablo de la Asunción, al cual serviría de remate. Hipótesis plausible, pues bien, que se acostumbró en siglos pasados coronar los retablos mayores con imágenes apoteósicas del Padre, tanto más cuanto que en el caso que comentamos, tratóse de un altar dedicado a la Asunción. Lo único que invalida dicha hipótesis, no obstante, es el hecho de que ninguna figura del Padre, está mencionada en cuanto al retablo original de la Asunción; y el otro es que, en su caso, se trata de una Imagen de bulto redondo y no, de un alto relieve”. El Rostro del Sincretismo, pág. 142.

Hasta mediados del siglo pasado, la Comunidad Indígena peregrinaba al citado Cerro del Julupe durante las fiestas de la Santísima Trinidad. Colocaban un cirio en la entrada de la cueva “para que nadie entre”, ya que pensaban que era la entrada al inframundo. Como parte de las ceremonias, llevaban ofrendas para pedir por las buenas cosechas; también se narra que nuestros abuelos bien ataviados, llevaban a la efigie a las cementeras de la zona de Izalco y la colocaban en medio de los regadíos. Las flores que llevaban las echaban al agua mientras bailaban, bebían y comían.

El recordado José Felipe Pilía Chile, anciano de Izalco expresaba que él mismo acudió a la peregrinación al citado cerro; recodaba que llevaban flores junto a un cirio de gran tamaño y muy pesado. Narraba que, llegados al lugar frente a la supuesta entrada de la cueva -y decía supuesta, porque aseguraba que sólo se trata de una gran roca en forma de entrada-, colocaban el cirio y lo encendían; quemaban copal y las flores las dejaban en el lugar ya que eran parte de la ofrenda.

Según él, la razón de esta extinta tradición se debía a que los abuelos contaban que, en el lugar se aparecía un anciano que salía de la cueva y que cuando la gente pasaba, les decía que siempre debería haber un cirio encendido ya que, de otra manera las tierras se secarían y no habría cosechas.

Leonor de la Cruz Sinto narra que quien salía de la cueva, era un anciano que pedía un cirio, un petate y un huacal lleno de flores; sus abuelos le contaban que dentro de las peñas había gente, pero que eran managuas y que, por eso era la costumbre de ir a enflorar el citado cerro. En este punto, hay concordancia en cuanto a que el Santo “llama el agua” como decían los abuelos, ya que rara vez no cae una fuerte tormenta justo al momento de ser procesionado el día de su fiesta por las principales calles del pueblo.

Existe una teoría con respecto a la cueva mística: “…era también la puerta de entrada al subsuelo de una montaña, donde se ubicaba el Paraíso terrenal, lugar de residencia del Viejo/Señor-Dios de la Tierra o Gran Serpiente. El, o Ella, sería la deidad tan reverenciada por los Izalcos, la cual como quienquiera puede constatarlo, poniendo un poco de cuidado a la tradición oral de la zona, era la dueña y señora de todas las riquezas materiales, parabienes de Dios a los hombres, los cuales guardaba en el subsuelo del Xulupe: Las límpidas aguas que otrora humedecieron la tierra izalqueña, a más de los peces, cangrejos y tortugas que contuvieron; los venados; las flores; el maíz y los frijoles; los plátanos (venidos en realidad de la India, pero que los indígenas, debilitados por las pestes, tanto llegaron a apreciar, llegando a hacerlos suyos y con los cuales, sustituyeron el cacao) y, aún éste-, procedían de allí. Siendo un vergel donde podían cogerse y verse, toda clase de plantas y frutos, animales y flores…” El Rostro del Sincretismo, pág. 144.

Esta postura pretende justificar del por qué desde tiempos remotos, se optó por nombrar a esta Mesa Altar como la de mayor importancia dentro de la estructura jerárquica aún existente en Izalco. La fiesta en sí, en otros tiempos fue una de las más importantes del año. Sobresalía la ejecución del Tunco de Monte –consultar sección Danzas para más detalles-, actividad con la que se recibían las Entradas. En cuanto al día titular de la celebración, la efigie del Padre Eterno visitaba por tradición al Templo Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción en horas de la mañana, con el objetivo de presidir la Misa oficial de la fiesta de la Santísima Trinidad.

Apuntaba el también recordado Manuel de Jesús Pasasin: “Altares o Cofradías Mayores son cuatro. Primer Altar Mayor El Padre Eterno o Santísima Trinidad. La celebración es variable en junio o julio; la fiesta la celebraban con una danza que le llamaban El Reparto del Tunco de Monte. Se compone el personal de 4 Viejos disfrazados; uno que llevaba el disfraz del tunco. Los cuatro viejos cada uno llevaba un saco viejo de vestir, un sombrero adornado o sea viejo, una máscara para que no los conozcan. Van dos personas más uno con tambor y otro con pito y durante el reparto del tunco tocan el tambor y el pito suave como fondo de música y empiezan a repartirlo...”.

EL TUNCO DE MONTE
Una de las costumbres muy arraigadas dentro de mundo de las cofradías izalqueñas, consistía en esta danza, con la que se recibía a las “entradas” que llevaban sus ofrendas al Santo-a que era celebrada, según la ocasión. Fue en la cofradía del Padre Eterno Santísimo, donde más se acostumbró a realizar esta expresión cultural. La vestimenta del personaje que haría las veces del animal era propiedad de la Comuna y formaba parte de los enseres que se entregaban cuando un nuevo Alcalde del Común ocupaba el cargo. Se trataba prácticamente de la cacería de un jabalí –tunco de monte-; los abuelos le llamaban Cujtan Cuyamet; su carne sería repartida entre los Cofrades, tras ofrecerlo en sacrificio al Santo-a que se estaba celebrando. La cacería era amenizada con marimba de arco y se realizaba en las afueras de la sede de la cofradía; con la danza a la vez, se recuerda la cacería que nuestros antepasados realizaban en las selvas de la región, tanto como para su sustento diario, como para realizar sus ritos y sacrificios tan importantes es su vida cotidiana.

Vistiendo el traje típico de manta y los pantalones enrollados hasta las rodillas y ataviados con hojas de pacaya a la altura de la cintura, los cazadores usando máscaras toscas hechas de madera de quilite, portaban sus flechas y al perro, que no era más que una piel de ardilla rellena de ceniza. Perseguían al animal, quien realmente se trataba de un hombre vestido con una piel ya disecada de un jabalí desde la cabeza hasta la cola. Con una armazón de bejucos se le daba forma al animal. Su cabeza iba forrada de bejucos hechos con la misma piel del jabalí y como máscara, usaba una calavera de este. Danzaban en todo el trayecto. El tunco embestía al cazador, quien corría para ganar distancia y poder lanzarle la flecha. Cuando el animal se veía asediado por los cazadores, rodaba por el suelo e intentaba morderlos. A veces se hacía uso, del perro que el cazador llevaba en la mano. Se le ponía enfrente al animal para hostigarlo, diciéndole: ¡Újule, Cusculina! Cuando llegaban a la fiesta de cofradía en cuestión, se instalaban en el patio y continuaba la actividad hasta que el animal se rendía y luego se agregaba una parte humorística al momento de su reparto. Este consistía en que un personaje se vestía de “vieja”; llevaba un vestido roto, un tecomate lleno de tusas para la “chamuscada” de la presa.

Tras ofrecerlo como sacrificio al Santo-a, se procedía a hacer la repartición de todo su cuerpo. Lógicamente, las frases se decían en un principio en náhuatl, pero poco a poco se fue cambiando por el español, aunque todavía deformado: "Chan ne lomu Chan ne tu mayordomu; Ni gordura Ya güichan señor Cura". Luego de estas frases, ingresaban a la sede de la cofradía.

Volviendo a nuestra fiesta del Padre Eterno, actualmente tras Misa en los recintos de la sede de la cofradía, en horas de la tarde ha de procesionarse al “Santo”; esta tradición nació según José Felipe Pilía Chile cuando era Mayordomo Alejandro Pasasin, quedando desde entonces oficialmente establecida. El Padre Eterno debe procesionarse bajo palio agregaba, debido a la importancia de Él, algo que por razones varias no siempre se respeta. En mejores tiempos esta cofradía gozaba de fuerte presencia de cargadores del Anda procesional -original hecha por José Dolores Pinto, de grata recordación-. Con el paso del tiempo el mueble se dañó irremediablemente y ha sido sustituido por uno nuevo.

A la espera de mejorías y nuevos compromisos de la comunidad, es de lograr que la fiesta del Padre Eterno Santísimo recobre el terreno perdido, ya que como se ha podido constatar se trata de un legado patrimonial de mucha riqueza. Que así sea.

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