Cofradías y Guachivales en Izalco
Datos de Interés.
Ubicación: Izalco. | Datación: Siglo XVI. |
Fiestas: Durante el Año. |

En América las confraternidades fueron promovidas originalmente por conquistadores, colonos notables y el clero católico –principalmente el regular– quienes a partir de la última década del siglo XVI, intentaron reproducir en el Nuevo Mundo las instituciones y las tradiciones religiosas de que participaron en Europa y su arraigo entre los diversos grupos sociales, que el mismo proceso colonial hizo entrar en contacto, mediante relaciones socioeconómicas y político-religiosas asimétricas a favor de los europeos sobre indígenas, negros y castas resultantes del entrecruzamiento genético. Las primeras cofradías se fundaron en las Antillas, apenas dos décadas después del arribo de Colón en 1492; en la Española, epicentro de la colonización hispana, se erigiría la primera ciudad del “Nuevo Mundo” con el patrocinio de Santo Domingo; ahí se instituyó la cofradía prístina de la Inmaculada Concepción asociada al hospital de San Nicolás de Bari, el primero en las Indias Occidentales. La tradición establece que una mujer “de color” india o negra atendía por su cuenta a enfermos y su acción terminó siendo consolidada por el gobernador Nicolás de Ovando hacia 1503, construyéndose un hospital.
Las cofradías en Santo Domingo expresaban la devoción y piedad cristiana, dispuestas a socorrer a los hermanos enfermos o en el tránsito de la muerte, a los huérfanos y a los desamparados. En la primera cofradía dedicada a la “Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora” estaba inscrita la élite local, empero, algunas cofradías, estaban integradas únicamente por españoles, otras por negros de diferentes etnias, como en el caso de la cofradía de Nuestra Sra. de la Candelaria, donde había mandingas junto con españoles. Había cofradías que funcionan en base a la presencia de grupos africanos particulares, como es el caso en la ciudad de Santo Domingo, de negros zapes, en la cofradía de Santa María Magdalena o en la cofradía de San Cosme y San Damián, compuesta únicamente por negros ararás. Estas cofradías funcionaban en diferentes templos católicos y posteriormente en sedes particulares, localizadas en diversos pueblos y villas de la isla, así como en otros lugares a nivel rural y urbano.
Con la expansión del imperio español hacia “Tierra Firme” en la década de 1520, las cofradías fueron implantadas en el espacio que denominarían la Nueva España, por los migrantes clérigos y seglares, que mediante esta institución intentaban reproducir el mundo hispano en las Indias y en efecto, pronto la población aborigen sobreviviente las adoptó, incorporándose a las fundadas por los hispanos o erigiendo las propias, a las que imprimirían características y funciones particulares que las harían más o menos relevantes para la comunidad, según el ámbito donde surgían. Así, las hermandades de españoles, indios, negros y las mixtas se fundaban, desde el punto de vista de la Iglesia, no sólo para afianzar fe y ritualidad poco ortodoxa entre los cristianos viejos e incipiente y confusa entre los neófitos, ya que muchos clérigos escribían al rey criticando a los indios por su incapacidad para perseverar en le fe de Cristo debido a sus innumerables y acendrados vicios, incluida la idolatría.
Las cofradías no sólo eran el vehículo para que los hermanos ganaran indulgencias tras su inscripción en la corporación –los más acaudalados podían pertenecer a varias–, sino también para obtener la salvación del alma mediante sufragios dedicados a los hermanos vivos y muertos. Asimismo, eran garantes de protección social, socorriendo, así fuera parcialmente, las necesidades de atención a la salud de los pobladores asolados por enfermedades o las epidemias mortíferas. Con esta convicción, los franciscanos apoyaban la pertinencia de fomentar la organización cofraderil y consolidar las hermandades existentes, que debieron ser tantas que pudieron enfatizar su función trascendente en la empresa evangelizadora, aunque había detractores dentro del propio clero que veían en éstas los vicios que había en el Viejo Mundo, como robos y abusos por parte de los mayordomos o el propio clero y excesos por parte de la población.
No obstante, los descalzos concluyeron, dada su experiencia en el adoctrinamiento de los naturales, que en los pueblos donde se instituyeron cofradías se avanzaba exponencialmente en el proceso evangelizador, respecto de los que no las tenían, particularmente relevantes eran las dedicadas al Santísimo Sacramento, a la Virgen María y la pasionaria de la Santa Veracruz, las que servían para emular el fervor religioso que en su “gentilidad” los indígenas manifestaban a sus númenes, amén del apoyo espiritual y alivio corporal y material que significaban para la propia Iglesia Católica y sus ministros, pues contribuían notoriamente al esplendor del ceremonial, a la adquisición y al mantenimiento de la parafernalia ritual, de los muebles e inmuebles destinados al culto público y al sustento de los miembros del clero, además de ser un agente civilizatorio que fomentaba las virtudes, la asistencia social y la devoción cristiana. Para el caso salvadoreño, tras la llegada de los europeos y ante la inminente necesidad de convertir a los conquistados al cristianismo “a cualquier costo”, tanto frailes dominicos, franciscanos y mercedarios hacia mediados de 1500 asentados en El Salvador, importaron el sistema de Cofradías, ya existente desde mucho tiempo atrás, al otro lado del mar.
Resultaba importante establecer “el orden”, no sólo sociopolítico, sino también el religioso, ya que los conquistadores rápidamente notaron que nuestros ancestros por naturaleza propia eran muy religiosos y que su vida giraba en torno a su espiritualidad, íntimamente ligada a la naturaleza. El proceso de cristianización se caracterizó por la vertical insistencia de los conquistadores por implantar el catolicismo, y nuestros ancestros por otro lado, poniendo toda su resistencia por no aceptarlo. Así, en medio de ese shock cultural, nacen las Cofradías; algunas ven su fundación desde principios del Siglo XVI; otras, iban apareciendo paulatinamente acorde al nuevo orden que se estableció en las distintas zonas del país. Pero, aunque al final de cuentas los métodos de los frailes ganaron gran parte de la batalla, los nativos, aunque sometidos, no renunciaron en ningún momento a sus ideas y cosmovisión, dando como resultado un sincretismo religioso muy florido, producto de la fusión de dos religiones diametralmente distintas y que subsiste hasta nuestros días.
No hubo forma de evitar este fenómeno y la Corona, no tuvo más remedio que aceptarlo, a pesar de los constantes señalamientos de la época donde era más que evidente, el nacimiento de un cristianismo pagano ante los ojos de la Iglesia. De ahí que, para nuestros abuelos había dos maneras de identificar sus divinidades: la de sus ancestros que se encargaron de lo concerniente a las siembras y todo lo terrenal y, por otro lado, el nuevo Dios cristiano que se ocuparía únicamente de su alma. Considerado cristianismo pagano o no, en toda Mesoamérica se vivió el mismo fenómeno por lo que, para la Santa Sede era más que evidente que el catolicismo latinoamericano que veía su nacimiento tras la conquista y aun en contra de su voluntad, sería muy diferente al que se practicara en el resto del mundo cristiano.
En el Occidente salvadoreño, Sonsonate precisamente por poseer un asentamiento indígena muy grande alcanzó gran desarrollo en cuanto a estas organizaciones religiosas. Para el caso del otrora Teçpan Izalco, conocido legalmente poco después como Pueblo de Nuestra Señora de la Asunción de Izalco, el auge de las Cofradías alcanzó mucho esplendor folclórico, llegando a su máximo desarrollo hacia finales del Siglo XIX y hasta mediados del XX. Estructuralmente, el pueblo en un principio lo componían dos poblaciones diametralmente distintas: hacia el Norte, el Pueblo ladino de Nuestra Señora de los Dolores de Izalco y hacia el Sur, el ya mencionado dedicado a la devoción de Nuestra Señora de la Asunción, de presencia fuertemente indígena.
En Izalco se fundaron dos parroquias entendidas éstas no como templos, sino como jurisdicciones en las que administrativamente la iglesia católica, asigna las zonas geográficas que ha de administrar. Toda la parte Norte del pueblo, quedó bajo la jurisdicción de la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores y la parte Sur, fue controlada por la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción. Los límites geográficos de estas zonas quedaron establecidos por una calle que atraviesa el pueblo de Poniente a Oriente, llamada precisamente “Calle Unión”. Según estudios, en Izalco las cofradías fueron creadas por los párrocos encargados de su parroquia y su razón de ser, era que sirvieran de apoyo al trabajo de la Iglesia: evangelización, comités de ayuda, organizar los barrios, recoger limosnas etc. A esto se sumó otra faceta: la celebración según el Calendario Litúrgico, de algún Santo-a, buscando la convivencia de los vecinos.
Estas organizaciones poseen Imágenes que representan al Santo-a de su denominación; muchas de ellas se utilizan para salir a demandar limosnas por sus barrios, por lo que se les suele llamar “de Demanda”. Además, poseen otras que representan otro Santo-a; en tal caso, se les conoce como “anexas” a las imágenes titulares de la cofradía en cuestión. Muchos afirman que toda la imaginería ahora en posesión de las Cofradías al Sur de Izalco procede de la antigua Parroquia Asunción, destruida en 1773 por el terremoto de Santa Marta y que, a partir de ese entonces permanecen junto a sus Mayordomos es decir que, al erigirse la nueva construcción, no fueron devueltas. Este hecho puede ser la única explicación lógica del por qué el actual Templo Parroquial de Asunción, no posee imaginería antigua a excepción de su Imagen titular.
Cabe destacar, que en ambas Parroquias existieron Cofradías y de ahí que, hasta nuestros días se les identifique por su origen étnico; por ejemplo, hay una cofradía de la Virgen de Dolores ladina y otra en su opuesto, indígena. Sobresaliente es apuntar, que las autoridades eclesiásticas nunca han tenido ninguna injerencia en cuanto a la organización y festejos de éstas muy a pesar de su fundamento original. La organización cofraderil es un tanto compleja, pero siempre ha estado encabezada por la máxima autoridad “del Común”. Es el Alcalde del Común como figura principal, quien se encarga de asignar acorde a la tradición, a los Mayordomos-as quienes serán las máximas autoridades de cada cofradía, pero claro está, solamente para aquéllas consideradas dentro del conglomerado indígena.
Lo que se constituyó como una tradición centenaria, es el hecho que todos los miembros de las distintas Cofradías acostumbran a llamarse entre sí “compadres” y “comadres”, algo muy respetado aún en nuestros días. Teóricamente, las Cofradías “tuvieron” que haber nacido en su respectivo barrio, con relación directa al Santo-a de su advocación. Pero, actualmente sucede que muchas de ellas no residen en el barrio donde la lógica indica que fueron fundadas. Ejemplo de esto, lo encontramos en la cofradía de Santa Lucía, que actualmente se ubica en el barrio de la Santa Cruz. Hay que aclarar, que no todos los barrios tienen o tuvieron una cofradía específica. En su lugar de origen o no, estas instituciones han cumplido desde siempre su cometido: reunir a los vecinos de sus barrios respectivos, para que llegada la fecha de la fiesta del Santo-a de su advocación y respetando el Calendario Litúrgico, celebren el acontecimiento.
La gran diferencia entre las Cofradías de nuestros conquistadores con las nuestras estriba en que el indígena, resistente a abandonar sus creencias ancestrales, incorpora a las celebraciones elementos muy propios: comidas, danzas, música y demás, lo que da a dichas fiestas un carácter devocional muy singular, que ya forma parte del Patrimonio Cultural de Izalco y del país. Con la fiesta, tanto los Cofrades como los devotos al Santo-a, dan gracias por algún favor recibido o bien, participan en ella, como cumplimiento a una “promesa” hecha por éstos y que debe cumplirse, para seguir gozando de las bendiciones y/o milagros de la Imagen en cuestión.
Algunas Cofradías fueron propietarias de bienes inmuebles –terrenos- que, al ser trabajados, aportaban parte del alimento que se utilizaba en la realización de las fiestas. Algunos de estos terrenos, pasaron a manos de la Alcaldía Municipal tras las leyes de expropiación, declaradas a finales del Siglo XIX. Pocas propiedades todavía están en poder de estas organizaciones. Cada cofradía monta en su sede respectiva, la tradicional Mesa Altar: una mesa de dimensiones considerables, generalmente cubierta por una tela blanca. Sobre ella, yacen los camarines con las Imágenes titulares en su interior; en otras, las efigies no poseen dicho mueble y son puestas sobre la Mesa Altar al aire libre.
Junto a Ellas se colocan las “de Demanda” y las anexas cuando es el caso. Siempre hay flores naturales o artificiales en la Mesa Altar y muy importantes son las insignias o estandartes que identifican a la cofradía del resto del conglomerado. A dicha imaginería, se suma en ciertos casos un crucifijo que la representa cada Jueves Santo, en la Centenaria Procesión de los Cristos, a cargo de la extinta cofradía y ahora Hermandad de Jesús Nazareno. Llevado por su Mayordomo o por algún designado, este Cristo realiza todo el recorrido Procesional de 16 horas y va acompañado de la respectiva insignia y un par de candelas encendidas para las horas de la noche. No todas las Cofradías poseen un Crucificado y hasta ahora nadie, dice saber el por qué sólo 11 de ellas los poseen, aunque como la lógica lo impone, consecuente es pensar que todas tuvieron uno debido a su orden religiosa de fundación.
Pero también se considera que todas las Cofradías que no lo poseen, son Mesas Altares incompletas, debido a que, por descuido dichos crucificados se dañaron y no se repusieron como debió hacerse en su momento. Sobre la Mesa Altar, se coloca un encielado de papel de china, con el que se forman banderas multicolores. Básicamente las cofradías izalqueñas, estaban conformadas por un Mayordomo, antiguamente conocidos como Priostes, un Alcalde Mayor y un Alcalde Menor, un Secretario y los “Encabezantes”. Todo el grupo hacía en total, un aproximado de 10 a 12 miembros. En algunas épocas, también existió la figura de un segundo o tercer Mayordomo-a; solamente en la cofradía de la Virgen de Agosto, encontramos a las Mayoras y Capitanas, escogidas directamente por el Mayordomo para que se encarguen de los asuntos concernientes a la cocina y otras atribuciones especiales.
En las Cofradías aparece la figura de las Mayordomas, esposas o compañeras de vida los Mayordomos. Por su parte los Mayordomos se encargan de las actividades propiamente designadas a los hombres: hacer la enramada, las hornillas, llevar leña, decorar el Altar, mover cosas pesadas. Los Mayordomos-as, son las personas que cargan con la responsabilidad directa en las fiestas de su cofradía respectiva, así como también, del cuido de las imágenes devocionales y demás enseres propios de la cofradía como tal. Luisa Antonia Vda. de Látin, recuerda la existencia de la costumbre entre el Común, que los Cofrades visitaban los hogares de los vecinos, con la idea de “pedir” niños o niñas que sirvieran de “diputaditos” o “diputaditas”. Si se aceptaba la solicitud, llegada la fiesta de la cofradía en cuestión, estos niños llevaban un “atributo” especial, que consistía en 2 rajas de leña, 2 libras de maíz y 0.25 centavos. Estos niños eran los futuros Cofrades de esas Mesas Altares cuando llegaban a ser adultos.
Las Mayoras, son responsables de las “entradas”: grupos de personas allegadas a una cofradía, que visitan al Santo-a en su fiesta, llevando una
ofrenda o colaboración. Dicha ofrenda ha sido asignada previamente, por medio de una tarjetita, donde se atribuye la necesidad de la cofradía que
ha de solventarse. De ahí el nombre tradicional de “atributo”. Llegan en grupo, dirigido por la figura de la Mayora. Las entradas pueden provenir del
casco urbano de Izalco, o bien de cualquiera de los Cantones del municipio. Llegado el momento, se anuncia su visita por medio de cohetes de vara y
en la mayoría de los casos, se les recibe con música de marimba de arco, infaltable en las fiestas de cofradía.
Existen varios tipos de “entradas”:
1. De Ranchito: portan los visitantes, canastos con víveres como azúcar, maíz, sal, café y tablillas de chocolate.
2. De Leña: generalmente a cargo de hombres, llevan cantidades considerables de leña, que servirá para el cocimiento de los alimentos que se consumen
en la fiesta. Antes de la industrialización, la leña era conducida en las legendarias carretas, tiradas por bueyes. Estas carretas tradicionalmente se adornaban con flores.
3. De Pólvora: llevan cohetes de vara, bombas, toritos, castillos según sea el caso.
4. De Candelas: generalmente compuesta de mujeres, llevan candelas de cera que se utilizan para el Altar del Santo-a en cuestión.
5. De Ramos: llevan flores naturales o artificiales para adornar el Altar del Santo-a.
En tiempos de máximo esplendor, una vez la comitiva ingresaba a la cofradía, se procedía a echar el tashtule. En el idioma náhuat, "tashtule" significa discurso; eran frases de cortesía que dirigía el tashtulero, quien era un miembro de la comunidad indígena, seleccionado para este papel, por su gran conocimiento de las tradiciones. Se supone que su origen es el Tiatolli, una ceremonia de los antiguos toltecas, que consistían en una peroración, que los indígenas acostumbraban para solemnizar las ceremonias de algún dios. Los misioneros se encargaron de transformarla, dándole un sentido cristiano; para el caso de las Cofradías izalqueñas con este discurso o rezo, se ofrecía los alimentos a los que formaban parte de la “Entrada”; el tashtulero o rezador, solía vestir pantalón y saco de casimir ya usados; nunca dejaba de fumar un puro. Al momento de recitar el tashtule, los acompañantes de la “entrada”, se ponían en postura de recogimiento y escuchaban atentamente el discurso:
“Con qué mayora capitana: Bendita seya el gracia de Dios, hemus llegado a alcanzar este dichosu día, día de sábadu, -nombraba el día de la fiesta-, día gloriosu del Virgen del Rosariu –acá se citaba al Santo-a en cuestión-, qué gustu, qué contentu queda San Lorenzo Mártir, que se ha hechu de presenti su criadu sirvicianti con este estrella devina y esti tesoru. Está por bien recibida, hija, hija, lis dijera: muchas gracias; pero este licencia no hay para que se hable con nosotrus los pecadoris, pediremos al dolsísimu nombre de Jesús para que seyas hijus de él y herederus de su gloria, clamaremus a los santus y al Vírginis dondi recibió su muerte Jesucristu nuestro segnior al pie del santu albor del cruz. Alabado seya el Santísimu sacramentu del altar.Aprovechen compagres este cortedá”.
En Izalco según se recuerda que todas las Cofradías tenían su rezador, pero esta costumbre que también se realizaba en distintas zonas del país, desapareció a principios del siglo XX. En nuestros días, las “entradas” son recibidas por el Mayordomo-a; una vez recibida la ofrenda, se procede a tomar los alimentos y/o bailar al son de la marimba de arco. A título personal, algunos devotos dueños de haciendas y granjas optan por llevar como atributo: novillos, carne de res o cerdo para la elaboración de los tamales o algún otro platillo.Por último y no menos importantes, las Capitanas, quienes realizan los oficios: moler maíz para las tortillas y los tamales, preparar los refrescos, cocer café, hacer el pan y el chocolate y todos los alimentos que se acostumbre. Los miembros actuales del Común insisten en que esta figura solamente existe en la cofradía de la Virgen de Agosto. Como ayuda a éstas, existe también la figura de las “Menoras”, quienes ayudan a las Capitanas en sus oficios.
Las Cofradías llegaron a ser, mucho más que lugares donde se celebraba un Santo-a; se constituyeron en el centro de la vida espiritual y social de los izalcos; para los indígenas, las Imágenes tienen poderes curativos, aplican justicia, son enérgicos, sienten y se aparecen en sueños, hablan y también, oyen. El Común dice: “los imágenes”, para referirse a sus efigies devocionales. También, son abogados que se especializan en terremotos, incendios, pestes y hasta alguna rama médica. Todo esto se debe a que ancestralmente daban esas mismas facultades a sus dioses e ídolos y con ello, se constata el sincretismo antes expuesto. Y, como agregaba Andrés Culina longevo miembro del Común, “a los imágenes Dios los ha dejado, sin ellos nos sentiríamos tristes”.
En este punto, el recordado Mario Masin Payés quien fungiera como Alcalde del Común, explicaba que una de las cosas más relevantes en torno a la interpretación que el indígena hace en torno a la imaginería religiosa, es que, al momento del Contacto, los naturales veían a los europeos como la concretización de sus profecías, que suponían la llegada de los dioses a la tierra. Al verlos de tez blanca, abundantes barbas, cabellos amarillos o rojos y distintos atuendos, los indígenas pensaron en un primer momento, que eran los dioses mismos, los que llegaban del mar; pero he aquí que, al enfrentarlos en batalla notaron que eran mortales, pues sangraban y se quejaban cuando eran heridos.
Cosa distinta sucedió con las Imágenes que ellos traían, las cuales en más de una ocasión fueron objetivo de las flechas y lógicamente no sangraban nunca y tampoco expresaban ningún tipo de dolor, por lo que fue muy fácil la aceptación de las efigies católicas, como las nuevas representaciones de sus mismos dioses, pero ahora personificados al momento de sucederse la cristianización. Una ilustración inigualable de esto es la que nos regala una investigadora nacional, quien visitara Izalco en los años 30 del siglo pasado:
“… en el pueblo celebran la fiesta de La Asunción; todo era animación y caravanas enteras de indígenas llegaban de otros pueblos. Regresamos después
de nuestra excursión al templo para contemplar la devoción o interpretación que de nuestra fe cristiana hace el indio. En el suelo hincados y en
éxtasis se encontraban los asistentes: unas indias con incensarios recitaban Padres Nuestros en su lengua, y otros decían sus plegarias como
platicando en voz alta con la Imagen de la virgen que tenían enfrente.
Intrigada en escudriñar sus almas, me acerqué a donde acababa de llegar una familia india, y uno tras otro encienden sus candelitas blancas
colocándolas en los múltiples candeleros de hojalata que chorreaba esperma en el pavimento, y que está allí esperando la ofrenda del pueblo. Un idolito
de barro viviente salpica el silencio devoto del templo, sacudiendo torpemente contra el pecho de la madre un chinchín de tecomatillo rojo, de
Tonacatepeque, con piedrecitas.
La india madre ora sentada sobre sus talones, y para tranquilizar al cipote le ofrece uno de sus morros hinchados con la savia de su raza; floreció
el pecho sobre el huipil de la india cubriéndose pudorosa con la punta de su rebozo tornasol, y en aquella actitud de nobleza humilde, ella se ofrenda
en unión de su crío a la piedad cristiana. Sus ojos no se apartan del altar en éxtasis implorante, de la pena que se adivina en toda su actitud, y así habría estado horas de horas, si el idolito no la despierta con el chorrito parado de una orinada que le regó
parte de la cara y el pecho. Se limpió con el rebozo y despertando al chico, se salió del templo, después de rezar una oración en voz alta:
¡Ya te
lu digo, Virgencita, ¡Magrecita! No te lu olvidés, que Jusé me lu da los parabienes por puro gusto, y me lu cela con Juan, y no lu tengo nada con él.
¡No te lu olvidés, Magrecita!… uno de ellos, prosternado en cruz, decía en voz alta: “Virgen de la Asunción: mi milpita el año pasadu la perjudicaron
los managuas; este año, también está muy triste, y nosotros estamos llenos de preocupación. Nuestro corazón está hecho ñudo también.
Todos nosotros y nuestros hijos sufrimos mucho con los ladinos. Si tú quisieras, en compañía del Salvador del Mundo, nuestro gran Patroncito, nos
ayudarías a que un buen día nos libráramos de esta coyunda, entonces sobre la piedra labrada que tenemos escondida en la “Gruta de Estocal”, te
haríamos ceremonias como las de aquel tiempo y te ofrendaríamos nuestra sangre. La tierra volvería a sus antiguos dueños y tendríamos tareyales para
nuestra siembritas, y el agua sería libre, y nuestras montañas también serían libres como enantes. Pero vos quizá con los ladinos y nos podés jugar
una mala pasada, porque no vas a querer, ¿verdad? Virgen Madre, ve si podés conseguirlu con Tata Dios: aquí te echu mi limosna, ¿alóishte?”.
Así, con esa sinceridad y sencillez oraban los Izalcos a sus nuevas deidades impuestas, que nada tenían que ver con su espiritualidad nativa. En cuanto al término “managuas”, hay que aclarar lo siguiente: para nuestros abuelo había dos tipos de dioses (los benefactores y los detractores).El dios del maíz es un claro ejemplo de dios benefactor, al que nuestros ancestros imaginaban gentil, joven y robusto; su contraparte eran los dioses que enviaban pestes, huracanes, temblores y todo tipo de desastres, a los que genéricamente les llamaban “managuas”; a éstos los imaginaban feos, pequeños, peludos como un mono y con mal carácter.
Volviendo a nuestro tema, debemos decir que las fiestas de una cofradía llevan casi siempre, el mismo mecanismo de desarrollo. Unos días antes de las vísperas y durante las mismas, llegan las “Entradas”; llegadas las vísperas, los Mayordomos del resto de Cofradías hacen la visita oficial para venerar al Santo-a. En algunas, se acostumbra a hacer la “Vela” en horas de la noche. Ya el día oficial de la fiesta, la Imagen titular es conducida, a presenciar Misa en honor a ésta y al salir, suele realizarse una pequeña procesión por algunas calles del pueblo. Ciertas Cofradías, como se verá en su momento, acostumbran algún tipo de danza; otras ofrecen al público visitante, alguna comida típica ya tradicionalmente establecida. En todas, nunca falta la chicha –bebida producto de la fermentación del maíz o arroz, según sea “el costumbre”-, el pan, el café, el chocolate y los tamales.
Era una costumbre bastante arraigada en el pueblo, que los sábados durante cualquier época del año, los niños del Común visitaran las Mesas Altares, llevando flores a las sedes de las Cofradías. A cambio, recibían dulces, gaseosas y galletas como recompensa a su devoción. La actividad cofraderil se divide en épocas de mayor importancia fuertemente marcada: La Cuaresma y Semana Santa, las fiestas de Agosto, las Navidades y el Año Nuevo. Para el sistema de Cofradías izalqueño por tradición, se han establecido jerarquías entre ellas, por ejemplo, la cofradía de la Virgen de Agosto –dedicada a Nuestra Señora de la Asunción- y la cofradía del Padre Eterno Santísimo –dedicada ni más ni menos que a Dios mismo-, resultan ser las más importantes, siguiéndoles otras: Virgen de los Remedios, Jesús Nazareno, San Juan Bautista y así sucesivamente. Existe discrepancia en cuanto al número original de ellas, algunos citan 21 Cofradías como las de mayor arraigo, otros se quedan con 18. Este asunto, difícilmente puede constatarse debido a la inexistencia de documentación escrita que avale cualquier teoría.
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